No hay nada más descorazonador que aquello que no tiene propósito. Cuando estamos en algún lugar y no podemos definir en pocas palabras para qué estamos allí, pertenecemos a un grupo o institución que está condenado a la desaparición.
Pero cuando hablamos de la Iglesia de Dios, en ningún momento podemos hablar de falta de propósito. El Señor durante su vida se encargó de dejarnos claro el sentido de nuestra vida y del trabajo de la Iglesia. Al marchar de esta tierra volvió a repetir su propósito a los discípulos. Por lo tanto, de lo que se trata no es de inventar el propósito de la Iglesia, sino de redescubrirlo en las páginas del Nuevo Testamento (la segunda parte de la Biblia) tenemos todo lo que necesitamos para saber el propósito con el que el Señor creó la Iglesia.
El propósito de la Iglesia debe basarse en los dos grandes mandamientos del Señor Jesús, aquellos que conocemos como “el Gran Mandamiento” y “la Gran Comisión”. El Señor dio ese Gran Mandamiento cuando los escribas judíos le preguntaron cuál era el primer y el gran mandamiento de la ley de Moisés. “Ama a Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo”, y añadió Jesús que ahí estaba contenida toda la ley de Moisés y la enseñanza de los profetas. Está muy claro, y tenemos que hacer caso a Jesús, si afirmamos que somos parte de su Iglesia.
Más tarde, cuando Jesús se despedía de sus discípulos, les asignó tres tareas concretas en lo que ellos tenían que emplear sus vidas mientras él no regresara. Las tareas de la Gran Comisión son: ir a hacer discípulos, bautizarles y enseñarles que guarden todas las cosas que están contenidas en las palabras de Jesús.
Si juntamos estos dos textos obtenemos el propósito para el que la Iglesia fue creada:
- Adoración. (Mateo 22:37 Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.) Existimos para Dios. Esa es la razón por la que el ser humano está sobre la tierra. Adoración no es una oración, tampoco es un tiempo de canciones, es enfocar nuestra vida para que cada cosa que hagamos haga sonreír a Dios. Queremos vivir enfocados en Dios, en lugar de enfocados sobre nosotros mismos.
- Servicio. (Mateo 22:39 Amarás a tu prójimo como a ti mismo). Servir a otros da sentido a la vida. Los cristianos no somos gente que esperamos a que Dios nos lleve al más allá. Tenemos un propósito aquí y ahora: servir. El Señor Jesús nos lo indicó de una forma muy gráfica cuando lavó los pies de los apóstoles, y nos dijo que seremos felices, no sólo si sabemos estas cosas, sino si las practicamos. Recuerda siempre esta frase: Un cristiano que no sirve, no sirve.
- Evangelización. (Mateo 28:19 Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones). La Iglesia no existe para encerrarse en la complacencia de sus cuatro paredes, sino que es la levadura que Dios ha introducido en este mundo para fermentar toda la masa, la sociedad entera. Tenemos un mensaje urgente que proclamar a todo el mundo, y eso debe ser nuestra prioridad. Nuestra meta principal es colaborar con Dios en la tarea de rescatar a seres humanos que van camino de la destrucción.
- Comunión. (Mateo 28:19 bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo). El bautismo es el acto por el que simbolizamos que una persona pasa a formar parte de la comunidad cristiana, la Iglesia. Cada persona que se reconcilia con Jesús recibe un conjunto de responsabilidades y capacidades que debe poner al servicio de la Iglesia. Somos responsables de cómo administramos esos recursos. Es una aventura apasionante el constatar que en las manos de Dios somos útiles para Dios y los unos para los otros. La Iglesia debe ser un lugar de refugio y de cobijo para todo ser humano. Todos son dignos de ser amados y recibidos, como si fuesen amados y recibidos por Jesús mismo.
- Discipulado. (Mateo 28:20 enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado). El propósito de Dios para con nosotros es que seamos cada día más semejantes a Jesucristo. Eso se obtiene con la obediencia a los mandamientos de Jesús. Es un camino de toda una vida y no una carrera de velocidad. Los diferentes trabajos de la Iglesia deben ayudarnos en ese proceso de crecimiento. Es importante que usemos los medios que Dios nos ha dado, como son la oración y el estudio de la Biblia.
Una Iglesia sana es aquella en la que los diferentes propósitos de Dios están equilibrados. Frecuentemente es fácil desenfocarnos. A unos nos gusta más o se nos hace más fácil un determinado aspecto, y le damos prioridad en detrimento de los otros. Pero sólo seremos la iglesia que Dios desea si estos propósitos se hallan en equilibrio. No hay nada que nos pueda llevar más entusiasmo que descubrir el propósito de Dios para su Iglesia. Aquí engranamos todos, como si de un reloj se tratara. Cada uno tiene un lugar y una tarea que hacer.