Es esta una palabra digna de crédito y que debe aceptarse  sin reservas, a saber, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero…” 
(1 Timoteo 1:15)

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Permítenos una invitación a tu salvación

Recuerdo  una historia que muestra al falso humilde. La modifico para no herir sentimientos religiosos. Se trataba de un importante dirigente cristiano que con motivo  de  la incorporación  de  uno  de  sus  colaboradores a  una  pequeña congregación, se dispone a presentarlo y dejarle instalado en la misma.

En su mensaje el importante dirigente presume de ser humilde y pide a la congregación que presenten sus oraciones ante Dios a su favor, porque él es un gran pecador.

En su réplica el recién ordenado manifiesta en varias ocasiones su alegría por la sinceridad de su superior y su gran humildad, al confesar públicamente que es un gran pecador… exactamente, dice el novato, como todos los que estamos hoy aquí presentes, porque todos somos pecadores y nuestro hermano que es un gran pecador necesita nuestras oraciones.

El importante dirigente se remueve en su asiento presidencial y no pudiendo contenerse se levanta y acercándose acalorado al púlpito, exclama: Bueno ya está bien, no le permito que usted me llame públicamente pecador, solo yo puedo decirlo de mí mismo. Ruego a los aquí presentes que disculpen la inexperiencia del hermano.

El relato que es verídico es una caricatura del comportamiento  de algunos dirigentes cristianos y nos muestra cuan fácilmente el ser humano es capaz de exagerar, incluso presumiendo de humildad. Pero el novato tenía toda la razón. Porque en realidad, ya dijo Jesús en una ocasión memorable: “El que de vosotros  esté  sin pecado que tire la primera piedra” y al oír todos las palabras de Jesús, comenzando por los más viejos, se escabulleron uno tras otro.

También dijo el Apóstol Pablo que todo ser humano, desde Adán, es pecador.

No hay un solo inocente, no hay ningún sensato, nadie que busque a Dios.
Todos han errado el camino, todos se han pervertido.
No hay ni siquiera uno que practique el bien” (Romanos 3:10-12)

Y hablando de Jesucristo leemos en la carta a los Hebreos 4:14 que “excepto el pecado, ha experimentado todas nuestras pruebas

Nadie será salvo ni por ser religioso, ni por creer que Cristo murió por la humanidad en general. Y mucho menos, por creer que no tiene necesidad de salvación.

Es necesario acercarse a Jesús confesando  sin falsa humildad: ¡Yo soy pecador! ¡Yo quiero ser salvo! .

En esta Esglèsia Evangélica de Premià de Mar todos los creyentes  confesamos que somos pecadores, ¡y lo somos!.

Nos recuerda l Juan 1;8 “si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y no poseemos la verdad”. En este sentido la confesión de Pablo es la nuestra: “que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero”.    declaramos que el amor de Jesucristo nos ha rescatado del pecado y su gracia nos ayuda a hacer posible aquella exigencia de Jesús: “Vete y no peques más”.

Pero también declaramos que el amor de Jesucristo nos ha rescatado del pecado y su gracia nos ayuda a hacer posible aquella exigencia de Jesús: “Vete y no peques más”.

No presumimos de ser seres perfectos sino de ser hombres y mujeres que hemos sido y seguimos siendo perdonados. 

Muchas  personas, por  orgullo,  se niegan  a  humillarse y  confesar que  son pecadores y pierden la oportunidad de ser salvos. Otros en cambio se sienten tan culpables que para ellos no hay perdón ni lugar en el cielo.

Pero lo cierto es que tanto para unos como para otros, ambos se encuentran en la misma clasificación: PECADORES.

Tú y yo podemos ser grandes o pequeños pecadores…, pero pecadores al fin y al cabo.    Así como una piedra,  sea grande o pequeña, se hunde en el agua, un pecado, grande o pequeño, nos separa de Dios y nos lleva  a  una existencia lamentable para siempre.

No somos muy distintos de ti, nos reconocemos pecadores, pero posiblemente la gran diferencia, la que marcará nuestros destinos, es que nosotros nos atrevimos a confesar a Dios nuestro pecado y a pedirle perdón, y ¡oh maravilla: El Señor nos perdonó!.

Si quieres ser salvo, ¡Atrévete a confesar al Señor tu pecado!

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